Ambientes amenazantes, otro producto de la transnacionalidad (Spanish version)

Historias entre San Salvador y Washington

Por Claudia Silva Ruschel and Héctor Silva 

Una mañana el subdirector (un hombre blanco, clase media y estudios superiores) de una escuela media del área metropolitana de Washington D.C. recibió en su oficina a una de las profesoras totalmente desconcertada porque su alumno de sexto grado saco su cuchillo de la mochila para enseñárselo a sus compañeros. Más desconcertante aún que la presencia del cuchillo fue la respuesta del niño cuando le preguntaron de donde había sacado el arma. El respondió: “Mi papá me lo dio”. La alerta corrió por el colegio; los padres del niño fueron citados inmediatamente con amenaza de suspensión de la escuela.

Pero la parte más difícil de la situación no había llegado aún. Cuando el padre llegó a la escuela y fue interrogado por los profesores el respondió que si; que el mismo había colocado la pequeña cuchilla dentro del bolsón de su hijo de diez años. Luego explico, que ellos tenían 6 meses de haber llegado de El Salvador y que en su pueblo de origen era muy común usar pequeñas cuchillas como instrumento para sacar punta a los lápices en la escuela, ya que los sacapuntas llegaban a ser artículos de lujo que solo eran ocupados en escuelas de la cuidad. El padre (agricultor, en el borde de la línea de pobreza, con 5º grado de primaria) que viene de una sociedad en que se deben buscar repuestas creativas ante la falta de recurso, estaba igual de desconcertado que los maestros por el alboroto que había creado un instrumento que había sido usado como sacapuntas por el y por sus padres.

Es claro el contraste entre este hecho y el gran esfuerzo que esta poniendo el sistema educativo en combatir la presencia de material bélico dentro de los salones de clases debido a los acontecimientos de violencia en escuelas como los ocurridos en el Instituto tecnológico de Virginia o el caso del Sniper en Maryland y a toda la percepción de inseguridad ciudadana que se ha despertado en los últimos años en los Estados Unidos. Ningún juguete que asemeje a un arma de cualquier tipo puede ser utilizado por los alumnos, y mucho menos por el personal docente. Las decisiones necesarias para resolver el caso de esta escuela media implicaba, para el subdirector de esta escuela, tener la capacidad de entender una realidad muy distante a la suya y al mismo tiempo garantizar los objetivos de seguridad que se esperan de su escuela.

En una sociedad policultural como DC metro, los medios de comunicación de Estados Unidos relacionan cada vez más a los grupos juveniles centroamericanos mas con actividades violentas y que con actividades creativas o culturales. Uno de los fenómenos de mayor preocupación tanto en los países centroamericanos como en Estados unidos es el fenómeno de las maras. El tema de las maras centroamericanas se ha convertido en preocupación de instituciones políticas, sociales y policiales desde hace más de una década, tanto en El Salvador como en Estados Unidos.

Independientemente de las opiniones encontradas y de cómo se resuelva a nivel nacional el debate sobre la migración y sobre el fenómeno de las maras, ya decenas de miles de jóvenes de origen salvadoreño viven en DC sin lograr aun sentirse incluidos dentro de la cultura a la que ahora pertenecen. EL problema ya es parte de la vida cotidiana de DC y no va a ser asimilado por si solo; hay que hacer un esfuerzo consciente y para buscar una salida positiva.

El fenómeno de las maras es solo una de las respuesta a un conjunto de complejos, fenómenos psicosociales que requieren de cuidadosos análisis multidisciplinarios que nos permitan un acercamiento a las distintas realidades vividas, como en este ejemplo, por un padre de familia que ha tomado sus modelos de crianza para con sus hijos de un país al que ya no pertenece y el de un sub-director de escuela que debe enfrentar nuevos grupos de estudiantes con experiencias y valores muy diferentes a los suyos.

En El Salvador, a finales de los años 80´s, se comenzó a conocer en sobre las maras, al inicio como un fenómeno curioso de asociaciones juveniles, que habían decidido vivir juntos, adoptando nuevos patrones conductuales, pero rápidamente se los comenzó a asociar con violencia y criminalidad, y solo algunos años después descubrimos que había un estrecha relación entre el surgimiento de estos grupos y el fenómeno masivo de migración de salvadoreños hacia los EEUU, esta migración masiva no solo había separado familias sino que había trasladado patrones culturales y conductuales entre dos sociedades distintas.

En un estudio sobre Violencia y Exclusión publicado en San Salvador en el año 2003, se destacaba como conclusión más importantes que en los primeros niveles de organización y pertenencia a las maras los jóvenes no experimentan cambios drásticos en las expresiones violencia a las que son expuestos al ingresar a estos grupos, en comparación con las experimentadas antes, dentro de su ambiente social. Las conclusiones de este estudio demostraban que estos jóvenes experimentaban distintos tipos y grados de violencia en las calles de sus colonias, con las instituciones públicas, en las organizaciones comunales y dentro de los propios hogares. De esta manera “brincarse” dentro de una mara no representaba un cambio significativo dentro de sus vidas, al contrario representaban un nuevo elemento de protección y control dentro de su propio ambiente.

Al hablar de adolescencia, la ecología del desarrollo humano nos ayuda a entender cuales son los procesos de incorporación de los nuevos jóvenes, tanto salvadoreños como estadounidenses, en esta nueva sociedad. Toda transición es, a la vez, consecuencia e instigadora de los procesos de desarrollo y los procesos migratorios son por tanto ejemplos por excelencia de este proceso de acomodación mutua entre el organismo y su entorno.

Estos cambios se complejizan cuando se están dejando la seguridad que les proporcionan los roles familiares, y, ante el vacío de nuevos roles el adolescente se apoya en la identidad del grupo. Es en este punto que el grupo de pares aumenta su influencia, proporcionando refuerzos poderosos en términos de aceptación, popularidad, amistad y estatus dentro de la nueva sociedad. Generalmente, el adolescente busca crear un grupo de amigos que pueda usar como un espejo en el cual identificarse y construirse a sí mismos en un nuevo ambiente en el que además de sus roles de adulto está buscando sus roles dentro de una nueva sociedad.

En este momento de espejo-reflejo, la identificación con su país de origen se vuelve un recurso de identidad y elementos compartidos con el grupo. Es así como empiezan a conformar un nuevo “nosotros” con otros jóvenes con raíces latinas igual que ellos, con experiencias y recuerdos comunes.

En intervenciones como facilitadora de actividades después de escuela con jóvenes latinos dentro del área metropolitana de DC., uno de los primeros valores que quedaban enfatizadas dentro del grupo era el orgullo de identificarse como latinos; todos y cada uno de ellos orgullosos de su país de procedencia. A raíz de estas muestras de amor patriótico, en varias ocasiones pregunte por políticos, escritores, artistas, personajes e historias populares, hasta equipos de futbol o jugadores destacados, y las respuestas la mayoría de las veces fueron vagas y vacías. Los elementos comunes se limitaban a la bandera y el escudo nacional. Para mi quedó claro que la identidad nacional se había convertido en un símbolo de identidad personal con poco elementos de fondo pero con mucho peso de forma.

Así, una bandera azul y blanca se vuelve tan importante para chicos que tienen poco o nada que ver con los chicos que aún viven en las comunidades rurales de las que salieron ellos o sus padres en El Salvador. El elemento que comparten estos dos mundos adolescentes uno tan lejano del otro, es la sensación de marginalidad dentro de un ambiente social percibido como hostil y la referencia de seguridad y pertenencia en el grupo de pares. Esa bandera colgada desde siempre en sus casas se convierte en la mejor excusa para definir sus propios limites entre el “Nosotros” que señala Mead en su libro, Espíritu Persona y Sociedad, tan necesario para sobre vivir en un mundo al que no se sienten pertenecientes, ni ellos ni sus padres, por medio de la diferenciación con los “otros”.

Pero no hay que olvidar que la integración es un reto de quién llega y de quién ya vive en la sociedad de acogida. Estos procesos de adaptación y aceptación están muy relacionados a la percepción de los propios jóvenes y adultos estadounidenses, que sienten este país suyo desde siempre, sobre mudar o no mudar sus propios roles y aceptar las readaptaciones de estos nuevos jóvenes. Es difícil, sin embargo pedir a los habitantes oriundos que sientan empatía por los recién llegados cuando, por ejemplo, el 66% de los capturados por violencia juvenil en Maryland son de origen salvadoreño. Más aún, ya han habido capturas e incluso condenas de jóvenes de ¨maras¨ por relación con el narcotráfico, como lo señala La Prensa Gráfica de de El salvador la recién pasada semana.

En estos días el área metropolitana de Washington D.C. vive una sensación generalizada de desconfianza entre los grupos de origen centro americanos con sus vecinos norteamericanos.

Estas percepciones se ven reforzadas por el ambiente político general y los últimos debates desatados alrededor de la migración, esto mezclado con los diversos incidentes que se viven a diario en lo barrios y las ciudades cercanas que denotan recelo y fricción entre vecinos, da como resultado una buena receta de desconfianza y de apuntar el dedo acusador al “otro”, al diferente a mi. Cuesta pensar que una acomodación sana y positiva tiene que pasar obligatoriamente por un proceso de inserción civil, legal y laboral, para todos los que formamos parte de Estados Unidos.

No somos iguales. Como seres humanos todos somos reflejo de una cultura con la cual compartimos valores morales, religiosos, laborales, etc. Somos diferentes y esto no es malo. Son las diferencias las que nos hacen inmensamente ricos y nos permiten la posibilidad de enseñarles a los “otros” los mundos que nos hacen ser lo que somos.

El reto de la convivencia reside en superar una mera coexistencia, por medio de la creación de proyectos comunes. No se trata ni de crear subgrupos en pro de las diferencias; ni tampoco de obligar a un mimetismo forzado a unos o a otros. Se trata de respetar dichas diferencias, y desde estas, buscar construcciones comunes para poder forjar en nosotros y en las nuevas generaciones formas distintas de aproximarse a lo diferente a mi.

Para eso es indispensable una plataforma base de convivencia que incluya procesos de participación, de derechos y de oportunidades para todos los ‘nosotros’ y los ‘otros’. Ya en el área metropolitana de D.C hay varias instituciones, sobre todo organizaciones sin fines de lucro, que están trabajando el tema de la incorporación de los grupos migrantes, y en especial de los jóvenes centro americanos como el grupo minoritario de origen latino más grande en el área.

Pero estos esfuerzos no son suficientes para intentar buscar respuestas efectivas a estos vacios que generan desadaptación. Este debe ser un tema liderado tanto por las instituciones gubernamentales como por las organizaciones civiles en general, no con respuestas paliativas o de baja cobertura, sino más bien con la incorporación de ejes de acción dentro del sistema público, más específicamente en el sistema educativo, y dentro de las comunidades.

El mayor problema que estas medidas enfrentan en el área de D.C. Metro es la polémica tanto social como política que se ha despertado en todo Estados Unidos en torno al tema de la migración. Mientras tanto, al no tomar una posición definida y enérgica al respecto, los jóvenes que no tengan las suficientes herramientas, tanto en los grupos recién llegados como en los grupos nativos, desembocaran en escaladas de violencia.

Quiero acabar diciendo que en esta batalla de encontrar soluciones novedosas a esta nueva realidad de las poblaciones migrantes no estamos solos. Los países receptores de poblaciones de migrantes al rededor del mundo ya se enfrentan también al cuestionamiento de los modos de asimilación de sus nuevos vecino. Pero, de manera global, a pesar de los serios esfuerzos que se han empezado a hacer, se han dado pocas respuestas a este fenómeno social que esta definiendo la cara de este nuevo siglo.

 


Claudia Silva Ruschel is Phd (ABD) in Social Psychology. She works as a bilingual Parent Community Coordinator in the Washington DC area, and she is also starting to build her home in the United States as a new neighbor.

Héctor Silva is a medical doctor and former Mayor of San Salvador. He was a 2006-07 Visiting Fellow at the David Rockefeller Center for Latin American Studies. Claudia Silva Ruschel is his daughter.